Durante
la historia de la humanidad, las mujeres hemos tenido un rol de sanadoras,
tanto en el imaginario como en “la realidad”, mezclando cualidades propias del
espíritu femenino, de la psicología de la mujer, e incluso, una pisca de asociaciones
mitológicas. Tan solo miremos hacia atrás en el tiempo, y podremos observar que
hemos desempeñado con fluidez tareas como hervir infusiones, confeccionar
pócimas, encajar huesos, aplicar masajes musculares, limpiar heridas, recetar
dietas, entre tantas otras acciones curativas, aliviando y proporcionando salud
a la familia, la tribu, el pueblo, el barrio, los amigos. Este don femenino
para curar ha sido durante mucho tiempo apreciado quizás de manera informal o
situado en la penumbra de lo domestico. Afortunadamente, las mujeres hoy día
están convirtiéndose en una fuerza decisiva en la sociedad, con mucha presencia
en casi todos los sectores de las profesiones sanitarias, incorporándose en
esferas sociales de mayor validación.
¿De donde viene esta
afinidad con la sanación?, ¿Qué es lo ventajoso de las mujeres a la hora de
realizar un trabajo curativo con otros?, ¿Acaso tenemos algo “especial” al realizar
labores de esta índole?
Desde
el punto de vista psicológico, sí. Por ejemplo, tenemos mayor expresividad
emocional, paciencia, empatía y propensión al trato afectivo. Y podemos añadir
otras cualidades como, mayor habilidad verbal, capacidad de leer con más
facilidad el lenguaje corporal, preferencia por cooperar y llegar a consensos, y
la capacidad para pensar y hacer varias cosas a la vez (pensamiento en red).
Científicamente
hablando, no está definido con exactitud en qué radica la diferencia, pero es
plausible conjeturar cómo y por qué se desarrollaron con mayor fuerza en las
mujeres estas cualidades.
Al respecto, la antropóloga
Helen Fisher, hace una revisión interesante, en su libro “El primer Sexo”, en
que se aprecian estas características desde el punto de vista evolutivo. Voy a
ir describiendo algunos planteamientos al respecto.
Por
una parte, la facilidad de las mujeres para el pensamiento en red muy
probablemente se forjó en su ocupación ancestral; la dura tarea de criar niños
con largos años de dependencia en condiciones de gran peligrosidad. Según la
autora, esto la obligaba a vigilar la aparición de serpientes, escuchar el
ruido del trueno, probar por si había algo venenoso, mecer a los somnolientos,
distraer a los irritados; instruir a los curiosos; tranquilizar a los medrosos;
estimular a los lentos; alimentar a los hambrientos. Así, las madres tenían que
realizar incontables labores cotidianas mientras avivaban el fuego, cocían los
alimentos y hablaban con las amigas
Por
otra parte, tenemos mayor desarrollo de
expresividad emocional y empatía. La comunidad científica
empieza a comprender la biología a la base; la explicación evolutiva: estas
características se exacerban y mantienen para asegurar la supervivencia de los
hijos, junto con la entrega de afecto y buenos cuidados.
Sobre la expresividad
emocional, estudios muestran que las niñas acunan y miman a sus muñecas,
expresando su afecto por estas réplicas humanas, mientras juegan, son más
afectuosas entre sí que los niños. Según las psicólogas Eleanor Maccoby y Carol
Nagy Jacklin, “las mujeres de todo el mundo y a lo largo de toda la historia
humana son percibidas como el sexo más afectivo, y son mucho más proclives que los
hombres a realizar tareas que implican cuidado íntimo de los pequeños, los
enfermos y los desvalidos” (citadas en Fisher, 1999). Es cierto, las mujeres
somos más emotivas, los hombres expresan sentimientos profundos continuamente,
pero a menudo lo hacen de forma menos directa o menos abierta que nosotras.
Con relación a la empatía, según un interesante estudio, cuando las madres se
relacionan con sus bebés responden al su llanto y gritos, al menos una vez por
minuto. Además, si el niño emite gorjeos de felicidad la madre hace lo mismo,
no para imitarle sino como reconocimiento de los sentimientos del bebé. De esta
manera afirma lo que siente su hijo y se coordina con el estado de ánimo del
niño, una práctica conocida como «sintonía emocional».
Fisher sostiene
que las mujeres primitivas necesitaban también coordinarse emocionalmente con
sus pequeños.; por ejemplo, las que sufrían al ver a un niño enfermo o doliente
dedicaban más tiempo y energía a mantenerlo vivo. Entonces las madres con
sintonía emocional criaban hijos bien adaptados y éstos vivían en proporción
mayor, operando gradualmente la selección natural a favor de la superior
capacidad femenina para expresar tristeza, pena, empatía, compasión y otras
emociones afectivas.
A consecuencia de
ello, prácticamente todas las madres humanas saludables parecen compelidas a
abrazar, mirar, hablar, vigilar a sus hijos, y a hablar de ellos. Con relación
a ello, Darwin propuso que de manera natural la hembra de la especie despliega
su empatía, desinterés y sentimiento maternal a sus congéneres, no sólo a sus
crías.
Vamos viendo que estas
aptitudes femeninas para curar son un legado antiquísimo de nuestros
antepasados africanos hace millones de años.
Hoy en día, cada
vez más pacientes piden cuidados directos, y no tanto tecnológicos, a manos de
personas que muestren empatía en el trato profesional. De este modo, la forma
en que practicábamos aquellas tareas, hace un millón de años, se vuelve
fundamental en los espacios de atención médica; aquellos “dones femeninos”
favorecen la cura.
Me parece esencial que en la
formación de aquellas personas que trabajan con el sufrimiento humano, como
médicos, enfermeras, psicólogos, y muchos otros, exista una instrucción de los
estudiantes sobre la forma de relacionarse con los pacientes, saber escuchar y
crear interacción, ser compasivo y paciente. Esto actualmente se aborda, pero
muy marginalmente, sin considerar su aporte como actitud básica al curar.
Ahora bien, con
todo lo expuesto, no se trata de desconocer el trabajo y las contribuciones que
por siglos han realizado los hombres: ellos
son quienes han ideado la mayoría de los aparatos esenciales para tratar
a los enfermos graves y quienes actualmente conocen su funcionamiento. Además
son quienes han construido y dirigen muchos centros como hospitales, y han
evitado a millones de personas dolores y sufrimientos extremos. Pero lo
interesante es apreciar que las mujeres aportan “nuevas” actitudes al oficio de
curar, como pasar más tiempo con los pacientes, mayor preferencia por el
trabajo en equipo con otros profesionales, tienden a tratar al paciente como
totalidad en lugar de atender sólo a los síntomas de la enfermedad, y ser más
proclives a mezclar prácticas médicas occidentales con curas alternativas o complementarias
(que cada día cobran mayor fuerza y demuestran su efectividad para curar enfermedades).
A
medida que continúen accediendo a las profesiones del área de la salud, las
mujeres van a enriquecer sustancialmente nuestros conceptos y procedimientos
occidentales de curación. Personalmente pienso que estamos lejísimo de un
sistema de salud o una forma de curar que considere al ser humano principalmente
como lo que es: un ser completo, no fragmentado y sufriente. Creo que lo
interesante aquí es que ambas formas se integren; no que prime una sobre otra
(la modalidad masculina y la femenina). En
la actualidad, estas se van solapando, y hay quienes sostienen que en las
próximas décadas, la forma de curar propende a manifestar principalmente el
espíritu femenino.
Como dijo Anthony Komaroff,
catedrático de Medicina en la Universidad de Harvard, (citado
en Fisher, 1999): “Los médicos tienden a buscar solución a problemas,
mientras que las mujeres tienden a curar”.
Algo importante a
considerar, es que a pesar de poseer todas las cualidades descritas, y ejercer
el arte de sanar desde los albores de la humanidad, inclusive hoy dia, sobre
salud, cuidados, psicoterapia y medicina, quienes teorizan e investigan, siguen
siendo preponderantemente hombres. Es justamente ese un lugar que necesitamos explorar
y enriquecer mucho mas, pues sabemos que nuestros aportes intelectuales son
igualmente fructíferos. Es de esperarse que siga en aumento la contribución
femenina al ámbito científico y académico.
Como aclaración, diré que este
texto adhiere más bien a un planteamiento evolutivo, que postula patrones
cerebrales y estructurales que nos hacen distintas a los hombres, que son aprendidos,
conservados y transmitidos evolutivamente. No obstante, esto no quiere decir
que invalide la construcción social de nuestra identidad como genero femenino. No
niego que exista tal construcción, tan sólo me centro en estos otros aspectos, considerando
que al final, “el medio y la herencia están eternamente mezclados” como dicen
por ahí.
Finalmente, la intención de
este breve ensayo, es rescatar como parte de nuestra subjetividad femenina, la
inclinación hacia el cuidado directo y afectivo, la empatía, el trabajo en
equipo, la compasión, la apreciación mas completa u holística de el otro (o el
paciente), y apreciar que son estas características muy valiosas en los
procesos de sanación. El abordaje que tenemos las mujeres frente al sufrimiento
(en mi caso, vivido en carne propia como psicóloga), el tratamiento total del
paciente, de aquel que sufre, podría perfectamente ser una tendencia en el
futuro. Enlazado con palabras de Helen Fisher: “Parte del arte de sanar de la
mujer es su capacidad para escuchar, hablar, tocar, ofrecer empatía y afecto,
dotes que provienen de la historia profunda femenina”.
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