¡Somos Sanadoras! ~ Microcosmos

viernes, 20 de abril de 2012

¡Somos Sanadoras!


Por Akai                                

Durante la historia de la humanidad, las mujeres hemos tenido un rol de sanadoras, tanto en el imaginario como en “la realidad”, mezclando cualidades propias del espíritu femenino, de la psicología de la mujer, e incluso, una pisca de asociaciones mitológicas. Tan solo miremos hacia atrás en el tiempo, y podremos observar que hemos desempeñado con fluidez tareas como hervir infusiones, confeccionar pócimas, encajar huesos, aplicar masajes musculares, limpiar heridas, recetar dietas, entre tantas otras acciones curativas, aliviando y proporcionando salud a la familia, la tribu, el pueblo, el barrio, los amigos. Este don femenino para curar ha sido durante mucho tiempo apreciado quizás de manera informal o situado en la penumbra de lo domestico. Afortunadamente, las mujeres hoy día están convirtiéndose en una fuerza decisiva en la sociedad, con mucha presencia en casi todos los sectores de las profesiones sanitarias, incorporándose en esferas sociales de mayor validación. 
¿De donde viene esta afinidad con la sanación?, ¿Qué es lo ventajoso de las mujeres a la hora de realizar un trabajo curativo con otros?, ¿Acaso tenemos algo “especial” al realizar labores de esta índole?


Desde el punto de vista psicológico, sí. Por ejemplo, tenemos mayor expresividad emocional, paciencia, empatía y propensión al trato afectivo. Y podemos añadir otras cualidades como, mayor habilidad verbal, capacidad de leer con más facilidad el lenguaje corporal, preferencia por cooperar y llegar a consensos, y la capacidad para pensar y hacer varias cosas a la vez (pensamiento en red).
Científicamente hablando, no está definido con exactitud en qué radica la diferencia, pero es plausible conjeturar cómo y por qué se desarrollaron con mayor fuerza en las mujeres estas cualidades.
Al respecto, la antropóloga Helen Fisher, hace una revisión interesante, en su libro “El primer Sexo”, en que se aprecian estas características desde el punto de vista evolutivo. Voy a ir describiendo algunos planteamientos al respecto.

Por una parte, la facilidad de las mujeres para el pensamiento en red muy probablemente se forjó en su ocupación ancestral; la dura tarea de criar niños con largos años de dependencia en condiciones de gran peligrosidad. Según la autora, esto la obligaba a vigilar la aparición de serpientes, escuchar el ruido del trueno, probar por si había algo venenoso, mecer a los somnolientos, distraer a los irritados; instruir a los curiosos; tranquilizar a los medrosos; estimular a los lentos; alimentar a los hambrientos. Así, las madres tenían que realizar incontables labores cotidianas mientras avivaban el fuego, cocían los alimentos y hablaban con las amigas
Por otra parte, tenemos mayor desarrollo de expresividad emocional y empatía. La comunidad científica empieza a comprender la biología a la base; la explicación evolutiva: estas características se exacerban y mantienen para asegurar la supervivencia de los hijos, junto con la entrega de afecto y buenos cuidados.
 Sobre la expresividad emocional, estudios muestran que las niñas acunan y miman a sus muñecas, expresando su afecto por estas réplicas humanas, mientras juegan, son más afectuosas entre sí que los niños. Según las psicólogas Eleanor Maccoby y Carol Nagy Jacklin, “las mujeres de todo el mundo y a lo largo de toda la historia humana son percibidas como el sexo más afectivo, y son mucho más proclives que los hombres a realizar tareas que implican cuidado íntimo de los pequeños, los enfermos y los desvalidos” (citadas en Fisher, 1999). Es cierto, las mujeres somos más emotivas, los hombres expresan sentimientos profundos continuamente, pero a menudo lo hacen de forma menos directa o menos abierta que nosotras.
 Con relación a la empatía, según un interesante estudio, cuando las madres se relacionan con sus bebés responden al su llanto y gritos, al menos una vez por minuto. Además, si el niño emite gorjeos de felicidad la madre hace lo mismo, no para imitarle sino como reconocimiento de los sentimientos del bebé. De esta manera afirma lo que siente su hijo y se coordina con el estado de ánimo del niño, una práctica conocida como «sintonía emocional».
Fisher sostiene que las mujeres primitivas necesitaban también coordinarse emocionalmente con sus pequeños.; por ejemplo, las que sufrían al ver a un niño enfermo o doliente dedicaban más tiempo y energía a mantenerlo vivo. Entonces las madres con sintonía emocional criaban hijos bien adaptados y éstos vivían en proporción mayor, operando gradualmente la selección natural a favor de la superior capacidad femenina para expresar tristeza, pena, empatía, compasión y otras emociones afectivas.
A consecuencia de ello, prácticamente todas las madres humanas saludables parecen compelidas a abrazar, mirar, hablar, vigilar a sus hijos, y a hablar de ellos. Con relación a ello, Darwin propuso que de manera natural la hembra de la especie despliega su empatía, desinterés y sentimiento maternal a sus congéneres, no sólo a sus crías.
Vamos viendo que estas aptitudes femeninas para curar son un legado antiquísimo de nuestros antepasados africanos hace millones de años.

Hoy en día, cada vez más pacientes piden cuidados directos, y no tanto tecnológicos, a manos de personas que muestren empatía en el trato profesional. De este modo, la forma en que practicábamos aquellas tareas, hace un millón de años, se vuelve fundamental en los espacios de atención médica; aquellos “dones femeninos” favorecen la cura.
Me parece esencial que en la formación de aquellas personas que trabajan con el sufrimiento humano, como médicos, enfermeras, psicólogos, y muchos otros, exista una instrucción de los estudiantes sobre la forma de relacionarse con los pacientes, saber escuchar y crear interacción, ser compasivo y paciente. Esto actualmente se aborda, pero muy marginalmente, sin considerar su aporte como actitud básica al curar.

Ahora bien, con todo lo expuesto, no se trata de desconocer el trabajo y las contribuciones que por siglos han realizado los hombres: ellos  son quienes han ideado la mayoría de los aparatos esenciales para tratar a los enfermos graves y quienes actualmente conocen su funcionamiento. Además son quienes han construido y dirigen muchos centros como hospitales, y han evitado a millones de personas dolores y sufrimientos extremos. Pero lo interesante es apreciar que las mujeres aportan “nuevas” actitudes al oficio de curar, como pasar más tiempo con los pacientes, mayor preferencia por el trabajo en equipo con otros profesionales, tienden a tratar al paciente como totalidad en lugar de atender sólo a los síntomas de la enfermedad, y ser más proclives a mezclar prácticas médicas occidentales con curas alternativas o complementarias (que cada día cobran mayor fuerza y demuestran su efectividad  para curar enfermedades).




 A medida que continúen accediendo a las profesiones del área de la salud, las mujeres van a enriquecer sustancialmente nuestros conceptos y procedimientos occidentales de curación. Personalmente pienso que estamos lejísimo de un sistema de salud o una forma de curar que considere al ser humano principalmente como lo que es: un ser completo, no fragmentado y sufriente. Creo que lo interesante aquí es que ambas formas se integren; no que prime una sobre otra (la modalidad  masculina y la femenina). En la actualidad, estas se van solapando, y hay quienes sostienen que en las próximas décadas, la forma de curar propende a manifestar principalmente el espíritu femenino.
Como dijo Anthony Komaroff, catedrático de Medicina en la Universidad de Harvard, (citado en Fisher, 1999): “Los médicos tienden a buscar solución a problemas, mientras que las mujeres tienden a curar”.

Algo importante a considerar, es que a pesar de poseer todas las cualidades descritas, y ejercer el arte de sanar desde los albores de la humanidad, inclusive hoy dia, sobre salud, cuidados, psicoterapia y medicina, quienes teorizan e investigan, siguen siendo preponderantemente hombres. Es justamente ese un lugar que necesitamos explorar y enriquecer mucho mas, pues sabemos que nuestros aportes intelectuales son igualmente fructíferos. Es de esperarse que siga en aumento la contribución femenina al ámbito científico y académico.

Como aclaración, diré que este texto adhiere más bien a un planteamiento evolutivo, que postula patrones cerebrales y estructurales que nos hacen distintas a los hombres, que son aprendidos, conservados y transmitidos evolutivamente. No obstante, esto no quiere decir que invalide la construcción social de nuestra identidad como genero femenino. No niego que exista tal construcción, tan sólo me centro en estos otros aspectos, considerando que al final, “el medio y la herencia están eternamente mezclados” como dicen por ahí.

Finalmente, la intención de este breve ensayo, es rescatar como parte de nuestra subjetividad femenina, la inclinación hacia el cuidado directo y afectivo, la empatía, el trabajo en equipo, la compasión, la apreciación mas completa u holística de el otro (o el paciente), y apreciar que son estas características muy valiosas en los procesos de sanación. El abordaje que tenemos las mujeres frente al sufrimiento (en mi caso, vivido en carne propia como psicóloga), el tratamiento total del paciente, de aquel que sufre, podría perfectamente ser una tendencia en el futuro. Enlazado con palabras de Helen Fisher: “Parte del arte de sanar de la mujer es su capacidad para escuchar, hablar, tocar, ofrecer empatía y afecto, dotes que provienen de la historia profunda femenina”.

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